Por Malena Acosta 
El histórico dirigente del Frente Amplio y símbolo de la izquierda latinoamericana falleció tras luchar contra un cáncer de esófago. Su legado político, humano y ético trasciende fronteras
José Alberto Mujica Cordano, conocido mundialmente como “Pepe”, falleció este martes 13 de mayo de 2025 a los 89 años, tras batallar contra un cáncer de esófago que le fue diagnosticado en abril de 2024. El exmandatario uruguayo, símbolo de la humildad y la lucha social, deja una profunda huella tanto en la historia política de su país como en el corazón de millones en todo el mundo.
Nacido en Montevideo el 20 de mayo de 1935, Mujica tuvo una infancia humilde y atravesó momentos muy difíciles desde pequeño. Su padre falleció cuando él era niño, y su familia se sostuvo gracias al cultivo y venta de flores. Desde joven mostró inquietudes sociales que lo llevaron a militar primero en el Partido Nacional y luego en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, grupo guerrillero de izquierda que luchó contra la dictadura.
Por su rol en el MLN-T, Mujica fue arrestado y pasó casi 15 años en prisión, muchos de ellos bajo durísimas condiciones de aislamiento. Esta experiencia marcaría su mirada política y su posterior camino en democracia. Tras la restauración del sistema institucional en 1985, Mujica abandonó las armas y se integró al Frente Amplio, desde donde inició su carrera parlamentaria: fue diputado en 1994, senador en 1999 y ministro de Ganadería en 2005.
En 2009, ganó la Presidencia de la República con el 54,63% de los votos y gobernó Uruguay entre 2010 y 2015. Su mandato fue reconocido mundialmente por políticas progresistas que pusieron a Uruguay en el centro del escenario internacional: la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la regulación del cannabis fueron algunas de sus principales reformas.
Sin embargo, lo que más impactó a nivel global fue su forma de vida. Mujica continuó residiendo en su chacra, conduciendo su viejo Volkswagen Beetle y donando el 90% de su salario presidencial a causas sociales. Esto le valió el apodo de “el presidente más pobre del mundo”, aunque él mismo solía corregir: “Pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita infinitamente mucho”.
A su lado estuvo siempre su compañera de vida y militancia, Lucía Topolansky, también ex guerrillera tupamara, senadora y vicepresidenta de la República. Juntos formaron una dupla política basada en el compromiso, la coherencia y la austeridad, que inspiró a generaciones enteras.
Uno de los momentos más debatidos de su carrera fue su decisión de no apoyar la anulación de la Ley de Caducidad, que impedía juzgar crímenes cometidos durante la dictadura. Mujica consideraba que abrir ese proceso podría reavivar heridas profundas, apostando en cambio por la reconciliación nacional. “No soy adicto a vivir mirando para atrás”, decía. Su postura generó fuertes debates, pero reflejaba su convicción de que la política debía mirar hacia el futuro.
En 2020, a los 85 años, anunció su retiro definitivo de la política activa, renunciando a su banca en el Senado con un discurso cargado de humanidad y sensibilidad. “Hay que luchar por la felicidad humana, no por la riqueza”, afirmó en una de sus últimas entrevistas, reafirmando su filosofía de vida.
Mujica fue más que un presidente: fue un líder moral. Su legado no se mide solo en leyes ni en gestos austeros, sino en la coherencia de una vida dedicada a la causa de los más humildes. Se va un revolucionario que cambió el fusil por la palabra, el odio por la reflexión, y el poder por la sencillez.
Uruguay, América Latina y el mundo despiden hoy a un referente ineludible de la dignidad y la política con principios. José “Pepe” Mujica descansa, pero su legado sigue latiendo en cada rincón donde aún se lucha por justicia social, igualdad y humanidad.
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