La justicia ha hablado con una voz fuerte, clara y sin titubeos. El Tribunal de Juicio de San Luis condenó por unanimidad a prisión perpetua Marina Silva por el espeluznante doble homicidio de sus hijos, Sofía (7) y Bautista (2). Este veredicto marca el cierre doloroso de un caso que sacudió los cimientos de la provincia y expuso una tragedia familiar de magnitud insospechada. La expolicía fue declarada culpable de homicidio doblemente calificado, una decisión que rechaza categóricamente los argumentos de la defensa sobre un supuesto «colapso emocional» o la influencia de la violencia de género.
La jornada final del juicio, tensa y cargada de emoción, se extendió por varias horas. El 1° de octubre de 2024 quedará grabado como el día en que Marina Silva, utilizando su arma reglamentaria, truncó la vida de sus dos pequeños en su vivienda de Juana Koslay. Prisión perpetua Marina Silva fue la sentencia que resonó en la sala, trayendo un efímero alivio a los familiares paternos, quienes no pudieron contener las lágrimas ni los gritos de «¡asesina!». La acusada, en cambio, se mantuvo imperturbable, con esa misma frialdad que la caracterizó durante todo el debate.
La fiscal de Juicio, Virginia Palacios, sostuvo con firmeza una tesis lapidaria: el crimen fue un acto planificado, una «ejecución a sangre fría y a quemarropa». Es más, Palacios desmanteló la línea de la defensa, asegurando que «No fue un arrebato del momento, no fue un brote, no fue una catatimia». La elección de la hora, el día y la forma para ejecutar el hecho demostraron una premeditación escalofriante.
El relato de la fiscalía fue desgarrador y metódico. Los niños dormían abrazados cuando Silva empuñó su nueve milímetros. Colocó una almohada sobre Sofía y disparó dos veces. Repitió la misma maniobra atroz con el pequeño Bautista. Por lo tanto, Silva se aseguró la «indefensión absoluta de las víctimas». Este accionar, obrando sobre seguro y sin riesgos, evidencia la alevosía. Además, la escena del crimen, con carteles y una carta de despedida, subraya que «Nada fue improvisado».
La contundencia de la prueba y la narrativa fiscal se centró en la preparación deliberada del doble asesinato. Por esta razón, Palacios calificó los hechos como homicidio triplemente agravado: por el vínculo, por alevosía y por el uso de arma de fuego. En un punto crucial, la fiscal rebatió los informes psiquiátricos de la defensa, enfatizando que no se puede justificar el asesinato. Es fundamental notar que ella advirtió a los jueces sobre el precedente peligroso que se abriría al considerar la violencia de género como una «carta blanca para matar a quemarropa».
El momento más emotivo, sin duda, fue cuando la fiscal exhibió una imagen de Bautista y Sofía. «Vengo en nombre y representación de Bautista y Sofía porque todo el debate ha girado en torno a la acusada», declaró con una voz cargada de justicia. La pregunta que flotó en el aire, y que rompió la coraza de Silva hasta hacerla llorar, fue: «¿qué culpa tenían de todo esto?». Por consiguiente, la acusada, que se había mantenido impávida, finalmente se quebró al ver a sus hijos.
El abogado querellante, Esteban Bustos, adhirió completamente a la acusación fiscal. Él destacó que el único fin de Silva era «acabar con la vida de estas criaturas inocentes, que no tenían culpa de nada». Bustos pintó una imagen de absoluta vulnerabilidad: los niños estaban «en la cama de su mamá, sintiéndose resguardadas», uno de ellos aún en pañales. Por ello, la actitud fría de Silva durante las jornadas del juicio, sin derramar una sola lágrima, fue calificada de «vergonzosa» por la querella.
En contraste, la defensora oficial, Agustina Tobares, planteó su alegato final con una perspectiva diferente. Ella insistió en la necesidad de juzgar el caso «con perspectiva de género». Ella buscaba humanizar a su defendida, argumentando que el Ministerio Público Fiscal la había posicionado como un «monstruo». A pesar de todo, Tobares pidió a los jueces «miremos más allá del hecho» para ver a una persona marcada por el sufrimiento, el sometimiento, la soledad y una vida atravesada por la violencia.
La defensa presentó antecedentes de violencia de género y diagnósticos psiquiátricos que hablaban de un «trastorno depresivo mayor y personalidad dependiente». Por lo tanto, Tobares argumentó que Marina Silva estaba «convencida de estar salvando a sus hijos de un porvenir devastador». En este sentido, la defensa pidió la exclusión de la alevosía y el uso del arma de fuego como agravantes. Sin embargo, el Tribunal consideró que estas circunstancias no atenuaban el crimen.
Momentos antes de conocer la pena, Silva tuvo la oportunidad de hablar. Con una voz apenas audible, solo pronunció una frase: «Solo pedir disculpas a mi familia y a mis hijos». Este gesto, tardío y escueto, no alteró el rumbo de la justicia.
Finalmente, el veredicto fue contundente. El Tribunal declaró culpable a Silva del delito de homicidio doblemente calificado por el vínculo y por alevosía. La defensa solicitó la inconstitucionalidad de la pena perpetua. No obstante, la fiscal Palacios defendió la constitucionalidad, argumentando que no correspondía al Poder Judicial modificar lo que el Poder Legislativo había previsto.
El rechazo a la inconstitucionalidad y la posterior condena a prisión perpetua Marina Silva fue el golpe final. Los jueces Adriana Lucero Alfonso, Eugenia Zabala Chacur y Ariel Parrillis sellaron el destino de la acusada. En ese instante, el silencio denso se rompió con los gritos de los familiares paternos. Silva, impasible hasta el final, fue escoltada fuera del recinto.
Así concluyó el juicio de uno de los crímenes más impactantes de San Luis. La historia de una madre, marcada por la violencia, que terminó con la vida de los únicos amores sanos que tuvo. Los nombres de Bautista y Sofía, truncados en su inocencia, se han convertido en un símbolo de la tragedia y la justicia en la provincia.

