21 Jun 2025, Sáb

La silla vacía: política de consenso y silencio en La Punta

Mientras el PJ habla de unidad y algunos buscan tender puentes hasta con Poggi, en el Concejo de La Punta hay gestos que huelen más a oportunismo que a lealtad. Mario Gil, presidente del cuerpo, aparece como el equilibrista perfecto entre el “parecer” y el “no hacer.

Hace unos días, en una entrevista sin desperdicio, “El Gato” Fernández soltó lo que muchos ya venían mascullando en voz baja: “hay que rearmar la unidad, hasta con Poggi adentro”. En paralelo, Adolfo Rodríguez Saá, con su tono paternal, afirmaba: “seguimos unidos, no estamos peleados con nadie”. Todo en un mismo ecosistema político donde los discursos públicos juran unidad, pero los movimientos internos pintan otra cosa. Y en ese ajedrez, el que sigue jugando sin mover pieza, pero con una mano en cada casillero, es Mario Gil.

Presidente del Concejo Deliberante de La Punta. Figura institucional del oficialismo. Y, según sus detractores (y algunos pasillos cada vez más ruidosos), operador silencioso de la oposición. ¿Cómo se explica que un concejal como Bastías —que basó su campaña en controlar al oficialismo— reconozca que alguien desde adentro “le dio una mano”? ¿Y por qué esa mano apunta, sin decirlo, a la presidencia del Concejo?

Gil lleva años acomodado en su banca, administrando el poder legislativo local con una pasividad preocupante. Las ordenanzas reales brillan por su ausencia. Las declaratorias de interés legislativo, en cambio, se reproducen con la misma velocidad con que se copian y pegan textos de gestiones anteriores. Mientras tanto, los temas de fondo —urbanismo, transporte, seguridad, control ejecutivo— siguen esperando. Y los vecinos también.

El sueldo de Gil, por si acaso, no espera. Más de 850 mil pesos mensuales. Una cifra que, en cualquier ámbito donde se midiera por resultados, exigiría al menos una agenda de trabajo sostenida, activa, comprometida. Pero no. Aquí alcanza con presidir sesiones vacías y ofrecer homenajes reciclados. Mientras los empleados municipales sostienen la ciudad con sueldos muy por debajo y jornadas mucho más intensas, la conducción del Concejo se diluye en actos protocolares y acuerdos invisibles.

Lo más incómodo de este panorama no es solo la falta de acción, sino la doble lectura política que genera. Porque Mario Gil dice estar con el oficialismo. Pero actúa como quien quiere quedar bien con todos. Rumores, filtraciones y guiños a opositores que hoy ocupan bancas que no habrían conseguido sin cierta complicidad silenciosa.

En este punto, la pregunta se impone sola: ¿está Gil dentro del proyecto político que lo llevó al cargo o ya puso un pie afuera? ¿Su alineación es real o pura fachada mientras teje su propio retorno, quizás disfrazado de unidad con consenso ampliado?

Los gestos cuentan. Y también el silencio. La ausencia de definición política clara, en este contexto, no es neutralidad: es cálculo. Y el cálculo, cuando se convierte en forma de hacer política, termina desfigurando los proyectos colectivos.

Porque mientras se construyen discursos de unidad “hasta con Poggi”, hay quienes operan desde adentro como si ya estuvieran afuera. No lo dicen. No lo admiten. Pero se nota. En los apoyos estratégicos, en las declaraciones que no se hacen, en las reuniones que no trascienden, y en los expedientes que no avanzan.

Mario Gil tiene un cargo que implica responsabilidad, claridad y coherencia. No se le exige heroísmo, pero sí definición. No se espera que lo resuelva todo, pero al menos que legisle. Que trabaje. Que marque posición. Y que, si va a jugar su propio juego político, lo haga sin disfrazar de “institucionalidad” lo que es, en el fondo, pura especulación.

En un Concejo Deliberante donde el control parece una palabra vacía y el debate una rareza, la figura del presidente debería ser un faro. Hoy, en cambio, es apenas una sombra que se acomoda al vaivén del viento político.

Si la unidad es real, que se note. Y si hay quienes ya están haciendo campaña para sí mismos bajo la bandera del consenso, entonces es hora de correr el telón y mostrar el libreto. Porque los vecinos no votan equilibristas: votan representantes. Y a algunos ya se les nota demasiado el acto.

Héctor Acosta

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